10 enero, 2006

METAFÍSICA

¿Hay un por qué?



Recluidos como estamos todos en la esfera azul, y muchos entre fronteras, respetando límites mundanos, sumidos en el propio transcurrir vital, es decir: en vivir la vida; la reflexión, la imaginación, los pensamientos del género humano hoy parecen estar dedicados casi en exclusiva al materialismo, a la satisfacción hedonista, a la facultad del derecho y a las garantías de seguridad.

Se impone el nihilismo y prácticamente al progreso existencialista sólo le interesa lo concreto, lo social, lo político exclusivamente “la referencia humana” en contraposición a lo inhumano, a lo indefinido, a lo impreciso, a lo ignorado, a lo impenetrable, a lo que podríamos calificar como lo desconocido y supremo Todo o la suprema Nada, “el Ello”, asociándolo al psicoanálisis de Freud como la fuente inconsciente de toda energía psíquica, y también a lo ignoto que está o es y que fue o será.

En la antigüedad, el mundo, la tierra, eran infinitos, se necesitaban generaciones para descubrir y conocer apenas unos centenares de kilómetros más. El tiempo se medía por cosechas o lunas. Las lenguas, las razas, los dioses, permanecían puros, preservados por las inconmensurables distancias. La tierra, no se acababa. Todo era enorme, gigante, las cimas de las montañas permanecían vírgenes, las aguas de los ríos no decían de donde venían, los campos reventaban caballos sin mostrar su fin y el mar era la frontera entre el hombre y el mito. Por entonces, los animales y las personas tenían la mirada acostumbrada a la lejanía y como desconocían todo; en su mundo abundaban las maravillas. Entre los "primitivos" se consideraba al tiempo, al espacio y a la naturaleza como una realidad que manifestaba a los sentidos verdades metafísicas, espirituales. Se consideraban inmortales por que eran dueños del infinito y por que renacían en glorias o en infiernos. Tenían un por qué, tenían un sentido, una matriz Divina.

En nuestros días los dioses se ocultan. Dios no se revela y hay que buscarle entre las sombras de la ciencia y del conocimiento. Hoy el imperativo vital nos reclama mucha más atención en la convivencia, en compromisos y en los vínculos emocionales que establecemos. Nos dedicamos a vivir con los demás y sin nosotros mismos, estos son los bordes de nuestra existencia.

Nuestra corta mirada hoy sólo ve el valor de la cosa y se limita a medir y calcular, hay miles de futuros vanos en el próximo segundo y a la respuesta del oráculo se llega a través de una línea ADSL. Hemos avanzado tantísimo que hoy por fin ya vamos sabiendo que somos poquísimo.

Seguramente brote por fin la necesidad de encontrar una nueva medida de equivalencia del hombre, no ya con el mundo, si no con Dios o con la Nada. Una epistemología que nos libere de la cómoda y secular ilusión religiosa y del vanidoso dogma científico, una nueva cosmogonía que nos permita entender sin soberbia que todo lo que conocemos, que nuestro mundo, nuestra galaxia, los millones de galaxias probables, pueden estar encerradas en una sola gota de agua de un mar inconcebible, o acaso en el átomo de un minúsculo “ELLO”.

La Masonería es una verdadera escuela de civismo, una maestría de convivencia, una academia moral por excelencia, pero además, la orden puede ser luz que alumbre caminos a la metafísica para el que quiera buscar la respuesta a la pregunta del ¿que somos?. Pulir la piedra bruta no es sólo un trabajo individual de perfección social, también lo es de auto conocimiento y especulación esotérica. El método masónico nos puede acercar fácilmente hasta el “Ello” a lo que no tiene nombre, y también puede dar razón a la intuición. Un masón equilibrado, desde mi punto de vista, será el que se construya entre la espiritualidad y el humanismo.

Visitemos el interior de la tierra y rectificando busquemos la piedra escondida. En esa sagrada intimidad vacua, profunda y libre de preconceptos, simplemente permanezcamos a la escucha.



VMM