26 mayo, 2008

Salmerón o el injustificado ostracismo

LISARDO GARCÍA RODULFO
UN aniversario es, sin duda, una buena excusa para mirar al pasado e imbuirnos de la vida y obra del personaje evocado. Si además descubrimos que sus escritos gozan de una asombrosa actualidad, habrá transcendido al tiempo y es digno de ocupar su merecido lugar en la Historia. Esto ocurre con mi paisano Nicolás Salmerón y Alonso, personaje singular injustamente olvidado, cuando no menospreciado, del que conmemoramos el centenario de su muerte en Pau, donde se encontraba de vacaciones, el 20 de septiembre de 1908.

Salmerón nació en 1837 en Alhama de Almería, también conocida en aquel tiempo como Alhama la seca; -curioso adjetivo, dado que Alhama etimológicamente significa agua caliente o termal-. El nombre del pueblo también cambió en el inicio de la II República por el de Alhama de Salmerón.

Estudió bachillerato en Almería, en el Instituto que hoy lleva su nombre y se trasladó a Granada donde cursó Filosofía y Letras y Derecho. Hoy día nuestra Facultad de Derecho conmemora este hecho con una placa que así lo recuerda. Fue en Granada donde entabla amistad con Francisco Giner de los Ríos, con el que colabora en la fundación de la Institución Libre de Enseñanza.

Con veinte años se traslada a Madrid y conoce el krausismo, de manos de su maestro Julián Sanz del Río. Sin lugar a dudas la concepción social que Krause define en su libro 'El ideal de la Humanidad', cuyo subtítulo es 'Preferentemente para masones', influyó vivamente en el joven Salmerón y en su ingreso en la Logia del Gran Oriente de España. En 1882 se funda en Alhama la logia n.º 206 que se llamará logia salmeroniana. Las vinculaciones que en aquella época se produjeron entre la masonería, el krausismo y la Institución Libre de Enseñanza es un tema aún por estudiar en nuestra reciente historia de España, como acertadamente señala Pedro Álvarez Lázaro.

Estas evidentes relaciones las pone de manifiesto uno de sus grandes detractores y alumno de Salmerón, Marcelino Menéndez Pelayo, quien se niega a examinarse con el ya catedrático de Metafísica de la Universidad Central de Madrid, desde 1869. Así refiere en una de sus cartas: «Porque no conoces a Salmerón ni sabes que el krausismo es una especie de masonería donde los unos se protegen a los otros, y el que una vez entra, tarde o nunca sale».

Los integrismos, más allá de su signo o tendencia, parecen eternos. No hay nada nuevo bajo el sol.

El pensamiento salmeroniano se conforma desde un punto de vista político-social en dos pilares fundamentales:

La libertad de pensamiento a través de una educación basada en valores laicos y solidarios del ideal masónico francés que auspició un siglo antes su revolución: libertad, igualdad y fraternidad y, consecuentemente una sagaz crítica al sistema educativo establecido. Su artículo publicado en 1869 en el Boletín de la Universidad de Madrid, sienta categóricamente estas premisas: «La servil educación teocrática que, limitando nuestro espíritu nos ha privado por siglos de la fuerza de concebir, hasta hacernos caer en el impío escepticismo de la impotencia del racional discurso para hallar la verdad, ha entronizado especialmente en la sociedad española el imperio de una fe ciega, intolerante e inmóvil por consecuencia, trayendo como en fúnebre cortejo las preocupaciones de secta, el miedo a la libre indagación».

Un republicanismo democrático social. Salmerón pretendía una reforma social desde el poder y no una revolución social que asalte el poder. Esta reforma social ha de ser liberal y también intervencionista sobre todo con la clase trabajadora (el cuarto poder) que debe aspirar a un estatus de igualdad que afirme el imperio de la justicia entre los hombres. Es por tanto un Estado tutelar que ha de garantizar los derechos individuales y la protección de los más débiles. El discurso pronunciado por Nicolás Salmerón en octubre de 1871 ante el Parlamento en defensa de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) es clarificador a éste respecto.

Salmerón destaca en política por sus propuestas y por su grandilocuente oratoria de verbo mayestático. Tras una primera etapa como presidente del Congreso, el 8 de julio de 1873, es nombrado presidente de la I República Española, con un programa ciertamente paradójico en un republicano federalista como era él: Su principal preocupación era reestablecer el orden y la unidad de España a todo trance, así se lo encomienda a los generales Pavía y Salcedo; éste último derrotó a los últimos cantonalistas de Cartagena. Los Tribunales de Justicia impusieron a algunos insurrectos penas de muerte que Salmerón, fiel partidario de la abolición de la misma, no quiso firmar y prefirió dimitir de su puesto.

Salmerón orador, político, pedagogo, jurista pero sobre todo, y ésta faceta quizá sea la más desconocida, filósofo. No sólo ya por ostentar la Cátedra de Metafísica, que luego heredará Ortega y Gasset, sino porque la filosofía fue el amor de su vida, en palabras suyas, su 'Dulcinea mental'. El discurso pronunciado en el Círculo Literario de Almería en septiembre de 1902, es una hermosa égloga de lo que fue su vida.

«Os voy a hablar de filosofía: eso es lo que profeso, eso es lo que yo puedo ofrecer como fruto más preciado, y eso es, en suma, aquello con lo cual, cuando me toque la hora de declinar mi cuerpo a la madre tierra, yo podré pedir a las gentes un recuerdo, si no eterno, porque no hay nada eterno en lo humano, al menos respetuoso».

Hay que rescatar del olvido a este gran personaje condenado a un injustificado ostracismo. Al decir de Ortega, lo que anhelamos hoy día de Salmerón es: «Su sentido moral de la vida, su anhelo de saber y de meditar».


Fuente:

http://www.ideal.es/granada/20080526/opinion/salmeron-injustificado-
ostracismo-20080526.html